
Me preguntan a menudo, como imagino a todos los galeristas, cómo decido a qué artistas representar. Es una cuestión que intriga a artistas, coleccionistas e incluso a los escépticos del arte. La respuesta es a la vez sencilla y compleja.
Desde fuera, el proceso puede parecer secreto, incluso arbitrario. Para mí es intuitivo y deliberado al mismo tiempo, guiado por la visión, la conexión y el respeto por la obra. Sé lo que me gusta, pero el gusto personal no basta. Si las galerías se basaran solo en preferencias individuales, serían colecciones privadas. La labor de un galerista es apostar por obras que resuenen más allá, que generen diálogo y que puedan crecer con el tiempo.
Cada galería tiene su propia personalidad. La mía nace de la curiosidad por voces contemporáneas que dialogan con la cultura, la sociedad y la identidad. Busco artistas que aporten algo nuevo a esas conversaciones. La afinidad es importante, no porque unos artistas sean “mejores” que otros, sino porque la coherencia da fuerza al programa.
Los artistas que más me atraen son aquellos que deben crear, cuya práctica resulta inseparable de lo que son. Esa urgencia importa más que las modas o el mercado. Cuando el arte nace de una necesidad genuina de comunicar, lleva consigo una autenticidad imposible de fabricar.
La inspiración, sin embargo, no basta. También valoro la técnica, la disciplina y las horas de trabajo detrás de una pieza. Quiero sentir la chispa de la idea y, al mismo tiempo, el esfuerzo que la hizo real. Me pregunto: ¿me conmueve?, ¿me sorprende?, ¿me invita a volver una y otra vez? La belleza—ya sea en armonía, tensión o crudeza—sigue importando, pero no como superficie, sino como profundidad.
El público internacional de Marbella me da libertad para arriesgar. Una audiencia diversa implica que no todos apreciarán lo mismo, y eso resulta liberador. Siempre recuerdo a los artistas: no se trata de gustar a todos, sino de encontrar a quienes realmente conectan con su obra.
Uno de los movimientos más fuertes que observo hoy va en esa dirección: la creciente demanda de arte local. Cada vez noto un interés mayor, no solo por nombres internacionales, sino también por artistas profundamente enraizados en la región. Es un recordatorio de que el arte no es únicamente global: es, sobre todo, local, y refleja las historias, emociones y códigos culturales de su comunidad.
El arte local aporta algo único: historias auténticas que resuenan, un sentido de identidad y pertenencia, y nuevas perspectivas que equilibran el prestigio global con la relevancia cercana. Estoy convencida de que este movimiento seguirá creciendo. En un mundo que busca conexiones significativas, el arte local ofrece un puente entre la visión global y la autenticidad regional.
Por supuesto, dirigir una galería no es solo visión. Exposiciones, envíos, plazos y ferias requieren fiabilidad y compromiso. Pero el profesionalismo también se trata de conexión. La representación es una colaboración, basada en la confianza y el respeto mutuo.
El reconocimiento es importante—exposiciones, residencias, textos críticos—, pero lo que más me entusiasma es la proyección: la sensación de que la trayectoria del artista sigue desplegándose. Si espero con ganas ver su próxima obra, eso es signo de vitalidad y futuro.
Muchas de mis colaboraciones comienzan de forma orgánica: una visita al estudio, una recomendación o incluso un encuentro casual. A veces sigo a un artista durante años antes de trabajar juntos. El tiempo lo es todo.
Al final del día, elijo artistas en cuya obra creo tan profundamente que quiero dedicar energía, tiempo y recursos para que llegue al público adecuado. La representación no es solo un negocio: es una asociación, construida sobre un propósito compartido y confianza.
A los artistas que buscan representación, mi consejo es simple: no persigan todas las galerías. Encuentren aquellas que realmente se alineen con su obra y sus valores. Acérquense con honestidad y paciencia y, sobre todo, sigan creando arte verdadero. Lo que busca todo galerista, en definitiva, es arte que importe—nacido de la necesidad de expresarse, sostenido por la técnica y el oficio que le dan permanencia.
Y un último recordatorio: toda galería tiene un número limitado de exposiciones y ferias al año. A veces encuentro artistas cuyo trabajo admiro de verdad, pero el programa ya está completo. Eso no significa rechazo: muchas veces es cuestión de tiempo y recursos. La paciencia forma parte de este camino—tanto para el artista como para el galerista.