Resumen

Una frágil arquitectura cromática sostiene el mundo en su inicio.

En Sostener un amanecer, Rodrigo Zamora despliega una poética de la luz y del color como fuerzas que modelan la percepción. La Sala Negra se convierte en un territorio suspendido, un espacio donde las imágenes se encuentran en estado de emergencia, antes de fijarse por completo en el mundo.

 

La obra central, una escultura construida a partir de papeles apilados, funciona como un amanecer detenido: capas de material que guardan y preservan la intensidad de un instante inicial. Cada hoja acumula un tiempo, una presión, un residuo cromático, hasta conformar un cuerpo frágil y a la vez contundente. El papel, soporte modesto y cotidiano, se revela aquí como un agente capaz de sostener algo tan inasible como el primer destello del día.

 

Acompañan esta pieza un conjunto de acuarelas donde el agua, los pigmentos y las transparencias generan paisajes que oscilan entre la evocación y la pérdida. Las manchas no describen, sino que producen atmósferas: horizontes que se disuelven, luces que avanzan sobre la superficie y se refugian en las reservas del blanco. El color, guiado por la intuición y el accidente, traza relaciones inesperadas entre memoria y observación.

 

Zamora articula así un proceso circular, donde los residuos se convierten en nuevas materialidades y las pruebas derivan en imágenes definitivas. Su práctica no busca dominar la forma, sino acompañar las lógicas propias del agua, el papel y el pigmento; aceptar el desborde, la absorción, la sorpresa.

Sostener un amanecer es un ejercicio de cuidado: la voluntad de retener lo efímero y reconocer en la fragilidad un modo de resistencia. En cada una de estas obras, la luz se guarda, se acumula y se ofrece de nuevo, como si fuera posible, por un instante,  sostener el comienzo del mundo.